“Alguien puede jugar a cierto juego durante años con técnica experta, hasta que un día, en un momento de excitación, algo ocurre y el juego comienza a jugar con él”. (William James)
Primero un aviso: cuidado con los o las “videntes”, gente con dos dientes para chupar el dinero de quien sea. Y no sólo con ellos, también existen los que de buena fe interpretan de manera incorrecta, con el peligro que eso supone, pues el poder de la sugestión es tremendo.
El error suele venir de una descripción volcada en el mundo exterior de manera simplista. Incluso literal (por ejemplo interpretar la carta de los Enamorados como el anuncio de una relación amorosa, o la del Colgado como una adicción o estancamiento, etc.). Las cartas del Tarot hablan de energías que, dependiendo de la combinación con el resto de las cartas que salgan en una lectura y de la pregunta realizada, pueden reflejar situaciones internas, externas, o ambas cosas. Su alcance y utilidad pueden ser interminables. Aquí, en este texto, me limito a hacer un breve repaso condensado.
El Tarot parte de dos bases. Una visión evolutiva de la vida y el lenguaje de los símbolos que, a su vez, es la forma en que se presentan los arquetipos míticos en el inconsciente colectivo. Es decir, se trata de lenguaje analógico, el idioma de los sueños y el arte, el más antiguo y básico del ser humano. (Dcha. el aire medieval típico de la baraja de Marsella. La primera de la que se tiene noticia)
Esta generalización debe relativizarse, ya que lo que predomina es el mundo simbólico personal si entra en contradicción con el símbolo “universal”. Cuando alguien sueña con el mar, uno de los símbolos del inconsciente colectivo y personal y fuente de la vida, tendrá otro sentido muy distinto si esa persona ha tenido una vivencia traumática en una playa, etc.
Cada constelación personal es una combinación de nuestras características propias fundidas con el influjo social (familia, educación, etc.) y las vivencias a lo largo de nuestra historia. Esto da lugar a personajes internos conectados a una energía determinada, que aparecen en nuestros sueños, y nos influyen de diferente manera y con distinta intensidad dependiendo de cada momento y circunstancia.
La combinación de tendencia y libertad es el entramado vivo de cada instante, cosa que se refleja igualmente en el enfoque más actual de la astrología (que es un sistema de conocimiento interior basado en una aplicación simbólica sobre datos astronómicos)
Como los cuentos míticos, anónimos y presentes en todas las culturas del planeta, con ligeras variantes (aunque con algunos se ha confundido su autoría con el nombre de sus recopiladores, por ejemplo los hermanos Grimm), el origen del Tarot es desconocido, aunque las primeras noticias sobre ese misterioso mazo de cartas son del siglo XV. Y luego están las diversas teorías, más o menos fabulosas sobre su origen (los gitanos, grandes difusores, la que sitúa su origen en el antiguo Egipto como parte de los escritos del dios Toth, o su origen cabalístico…).
En cuanto a las numerosas versiones de sus dibujos hay que distinguir entre valor estético y el viaje iniciático del autoconocimiento. Para ello deben conservar todos los detalles simbólicos de cada figura, y por ello y dentro de mi modesto conocimiento, sólo recomiendo como “seguros” el ancestral Tarot de Marsella y el Rider (de éste último son las reproducciones de cada carta aquí incluidas).
En fin, la complejidad del Tarot es enorme (cuánto más se estudia más preguntas surgen) y aquí sólo hablo del tema de manera resumida y esquemática. Para quien quiera profundizar en ello recomiendo dos interesantes y magníficos libros, editorial Urano, de la misma autora: Rachel Pollack, uno sobre los arcanos menores (los cuatro palos de la baraja española: Varas o Bastos-Copas-Espadas-Oros) y distintas formas de lectura. Otro sobre los arcanos mayores, 22 cartas de figuras que son de las que hablo en este texto.
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